¡Hola de nuevo!
Después de un parón de varios meses, vuelvo al blog con un post de autocrítica.
Y es que a veces nos empeñamos demasiado en que todo sea perfecto, en que las cosas sean tal y como las imaginamos previamente. Nos esforzamos tanto en que nada quede al azar que al final...el destino se ríe en nuestra cara. ¿Os suena?
Seguro que os ha pasado alguna vez. Apuntáis ideas, buscáis en Pinterest, hacéis listas...y todo para nada.
A menudo, esa búsqueda de la perfección sólo nos trae frustración, nos aleja de la realidad y no nos permite disfrutar de momentos que, sin duda, son irrepetibles.
Pues bien, allá va mi relato: "Me llamo Patricia y soy perfeccionista. Pero lo estoy dejando. Lo prometo." (Oigo que me contestáis como si estuviéramos en terapia de grupo).
Empecé a preparar el segundo cumpleaños de Alicia más de un mes antes, barajando un montón de ideas: temática, lugar, tarta, detalles, invitaciones...quería que fuese especial, bonita, divertida y, sobre todo, quería hacer muchas fotos para el recuerdo, ya que del primer cumple a penas tengo alguna decente.
Al final, se me ocurrió la genial idea de hacerlo al aire libre (con el riesgo que esto supone en Asturias) en un merendero junto a un acantilado cerca de Luanco, con unas vistas impresionantes del mar. Idílico. Aparentemente perfecto. Compramos incluso una mesa plegable por si todas las mesas de madera del merendero estuvieran ocupadas al llegar.
Tras pasar dos semanas mirando compulsivamente el tiempo en
The weather Channel, llegó el día C.
Tenía todo bajo control, no faltaba detalle, estaba todo organizado en varias bolsas y cajas. Ante la mirada atónita de mis padres (parecía que estábamos de mudanza) me puse a vestir a Ali con el atuendo elegido para su fiesta.
Metimos todo en dos coches y...¡a celebrar!
Cuando llegamos al merendero, al segundo de salir del coche, supe que el plan se había torcido por completo: el viento allí arriba era tan fuerte que literalmente te volabas.
Cambiamos la ubicación a un parque, pero la cosa no mejoró demasiado...el aire ese día estaba embravecido, cabreado, de muy mala leche.
Pero para mala leche la que se me puso a mí cuando tuve que asumir que no podía usar las guirnaldas, el mantel...cuando los vasos, las servilletas y la mayoría de los carteles que había imprimido, recortado y pegado, salían volando.
La disposición de la mesa, que había sido meticulosamente pensada (llamadme friki), acabó de cualquier manera bajo la premisa de un "pon esto encima para que no se lo lleve el aire".
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Dispensador de bebida, de Tiger. |
Aún con todo, y a pesar de las adversidades, la fiesta comezó. Llegaron familia y amigos...todos con cara de circunstancias (qué bien me conocen) y quitándole hierro al asunto.
Reconozco que al final me reí, guardé el móvil e intenté disfrutar de la tarde, de mi gente, ¡del cumpleaños de mi hija!
Me había preocupado tanto de la decoración, la comida, la bebida y la tarta...que me había olvidado que la verdadera protagonista no era la mesa, sino ella.
Ella, que en su maravillosa inocencia había permanecido ajena a los nervios de su madre y se había dedicado a jugar y corretear por ahí.
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Recuerdo del cumpleaños, que repartimos entre todos los asistentes. Diseñado por Cuestión de tiempo. |
De aquel día me quedo con los juegos, las risas y un "cumpleaños feliz" con el que se le iluminó la cara al vernos a todos cantar a la vez.
Por supuesto, tengo claro que para el siguiente me voy a centrar en disfrutar de los míos y en hacerla feliz a ella, sin más. Sin esquemas previos ni organizaciones. Porque, aunque yo tuviera la ilusión de que aquella fuera la fiesta más genial del mundo y que permaneciese para siempre en su recuerdo, queda demostrado que a los niños lo único que les importa es que estés ahí, disfrutando con ellos de su día especial. La pura realidad es que no les interesa lo más mínimo si hay guirnaldas, vasos
mint o si todo va coordinado en tonos pastel.
Al final aprendí la lección, amigos míos, esa que nos enseña que no vale la pena obsesionarse con los detalles, porque nos estaremos perdiendo el momento. Esa que nos enseña que las mejores cosas de la vida son imperfectas.
Tengo muy pocas fotos de ella...de la dichosa mesa que tanta
preocupación me supuso, pero gracias a mi hermana, muchas otras de mi
hija y de las personas que nos acompañaron aquel día.
(A todos ellos, una vez más, gracias por venir).
¡Espero que tengáis una feliz semana imperfecta!